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II Seminario Permanente con María Emilia Tijoux

El Jueves 20 de junio tuvo lugar la segunda Sesión del Seminario Permanente del Núcleo guiada por la Profesora Asociada del Núcleo María Emilia Tijoux, quien ofreció algunas ideas para pensar el concepto de vida cotidiana en el Chile de Hoy.

Les ofrecemos un extracto de las notas que se tomaron ese día:

“La pregunta es qué es la vida cotidiana, es una pregunta rara porque estamos en ella. De tanto estar e ella no la vemos, porque ella se gestó en nosotros por lo tanto no nos damos cuenta.

A esa pregunta voy a intentar responder algunas cuestiones teóricas muy generales que involucran lo que había dicho en un primer momento. Pero dado que estamos en este espectáculo de los cuarenta años, me pareció que la vida cotidiana no podía estar separada de la violencia  de la vida cotidiana en general en Chile.

Entonces me permití una suerte de discusión para reflexionar sobre el mundo de la vida, el mundo  de la vida en Chile y pensando además que para el comienzo en Chile, debía pensar en este caso específicamente en La Legua, que es un lugar particularmente importante para mí. Y solo lo digo en una frase porque no me gusta mucho hablar sobre eso  porque es un lugar donde me salvaron la vida, entonces La Legua es la vida para mí y lo que han hecho con ella no tiene nombre.

Bueno, entonces quiero agradecer la invitación a un equipo de trabajo que porfiadamente se sumerge en la experiencia política y social de un lugar de Santiago dejado de lado. Un lugar que advierte de la retirada del Estado chileno frente a la responsabilidad que tiene en la producción de su miseria social que afecta además a la sociedad chilena entera. Se me ha invitado a hablar de vida cotidiana. Y bueno, he querido transmitir esta implicación teórica que es de la segunda parte del título de esta intervención: reflexionar sobre el mundo de la vida en Chile.

40 años de espectáculo ya iniciados que nos llaman a un contra escenario, y esta es una buena ocasión para darle una vida cotidiana a este Chile que hoy está puesto de cabeza. Ese puesto de cabeza viene de Marx. Por lo tanto, voy a referirme a la vida cotidiana en primer lugar y en un segundo momento voy a vincular esto con el problema de la violencia y voy a hablar un poco de Bateson, de Benjamin, de  Arendt para referirme a la violencia, pero en la vida.

Erving Goffman es un autor central para la sociología de la vida cotidiana. En uno de sus primero libros, la presentación de la persona en la vida cotidiana advierte que cuando una persona se presenta antes los demás, como acá, proyecta una definición de la situación. Los otros, aun siendo pasivos, proyectarán a su vez eficazmente la situación según la respuesta que se le quiere dar a este individuo. Conjuntamente, entonces, los participantes contribuyen a una definición total de la situación desde un acuerdo sobre la realidad que existe y de las demandas aceptadas. Pero en la interacción pueden producirse hechos que contradigan, desacrediten, pongan en duda, la proyección; y cuando ello ocurre, se detiene en la confusión y en el desconcierto. Y los supuestos sobre los cuales se afirmaban las respuestas, devienen insostenibles, quedando los participantes sometidos a una equívoca interacción no definida. El individuo de la presentación desacreditada se avergüenza y los demás se vuelven hostiles. O sea, los que podrían  haber sido amables, ya no son nunca más amables. Es decir, me equivoqué en el modo de sentarme por ejemplo, me vestí de cierto modo y llegué y todos estaban vestidos distintos, basta con eso.

La sociedad se organiza entonces en un principio que dice que todo individuo tiene el derecho moral de esperar que otros lo valoren y lo traten apropiadamente. Por lo tanto, quien pretenda tener características sociales deberá ser lo que dice ser. Y si proyecta una definición de la situación para una demanda implícita o explícita de ser una cierta persona, automáticamente presenta una exigencia moral a los demás, obligándolos  a valorarlo y a tratarlo de la manera que tienen derecho a esperar las personas de su tipo. Implícitamente renuncia con ello a toda demanda de ser lo que no parece ser y al tratamiento apropiado para eso. Es decir, si nosotros pensamos en una frase como “me siento pollo en corral ajeno”, es exactamente lo que está diciendo Goffman. Es lo que nos ocurre cuando estamos en lugares donde estamos obligados y queremos “hundirnos en la tierra”, ¿no? O “se me cae la cara de vergüenza”. Lo digo a propósito de Goffman porque él hablará mucho de la cara. Los otros encubren entonces que el individuo realmente es lo que es y lo que deberían ver en ese es. Como todo observador atento debe saber, las personas juegan en la vida distintos roles, lo que supone concebir las relaciones humanas como un teatro donde cada uno actúa respecto del otro. Vemos que a la propuesta de Erving Goffman uno le podría poner el nombre, para no colocarlo en un lugar que él no quiso estar que se llama el interaccionismo simbólico. Y la propuesta de Goffman no era otra cosa que una dramaturgia social. Es decir, este es un escenario, un teatro y aquí se juegan distintas escenas chiquititas, está repleto de escenas. Aquí no hay mucho problema porque más o menos estamos todos en el lugar donde queremos estar, donde somos lo que somos. Si aquí llegara, por ejemplo dijésemos vamos a invitar a un poblador de La Legua, pensando en ser altamente democráticos, lo vamos a colocar en una situación de verdad incómoda, que es lo que a veces se suele hacer. O al revés, querer ser absolutamente democráticos y convertirse en pobladores, también ocurriría. La gente se da cuenta, porque la gente es inteligente. Entonces, Goffman escribió varias obras, utiliza distintas perspectivas, pero siempre en todos sus trabajos desde el principio al final se interesó en el mismo objeto y eso se llama el orden de la interacción. No hay nada más ordenado que una inter-acción. La más pequeña de las relaciones sociales.

La más ínfima de estas relaciones que a veces son una pura mirada, un puro gesto, un puro levantar de cejas. Una indicación con el dedo, que alguien le lanza a alguien para que el otro descodifique lo que le mandan inmediatamente, que salga del lugar por ejemplo. Entonces, este orden es demostrativo, no solamente del legado de Emilio Durkheim, que es muy potente en la obra de Goffman, sino de su constante trabajo en terreno. Goffman hace esto y dice esto porque siempre estuvo trabajando en terreno en todas sus obras; y del uso de múltiples herramientas, pero principalmente de la que más privilegia este autor, que es la observación. Goffman no entrevistaba, la entrevista era una trama. Porque en la entrevista ya lo encuentro complejo en lo que yo no digo lo que soy. Digo lo que el otro quiere que yo diga, o bien yo tengo que ocultar mi subjetividad o parte de mi historia porque no lo quiero contar. Es útil en algunos casos, pero en la observación las cosas cambian.

Ustedes saben, yo trabajo con el cuerpo en las ciencias sociales y el cuerpo no miente. El cuerpo se incomoda, a uno le tiemblan las rodillas, transpira, se ruboriza, no lo podemos controlar porque la vergüenza es una producción social, no es un problema biológico.

Entonces, de qué otro modo podríamos enfrentarnos a la vida cotidiana, fundamentalmente observándola. A tal punto Goffman estaba en contra de las entrevistas que tampoco permitía que lo entrevistaran a él; y una de las pocas que hizo pidió que se la entregaran para mirarla bien y ver si habían escrito realmente lo que él había dicho.

Erving Goffman es un caso digamos, es un marginal, es un mal mirado al igual que Seamel al igual que la Margaret Mead, que Bateson, consiguió pega al final de su vida. Y eso también muestra que este momento en el siglo XX donde él escribe, las cuentas se iban cerrando, por las propuestas que él escribe. Entonces, su ambición fue la siguiente: preguntarse cómo funciona el orden social. Y dijo que el orden tiene forma. Esto es Simmel de nuevo, un famoso escritor de cine que trabajó sobre la forma  y también un clásico negado que nadie estudia, es como si no existiera. Tiene forma el orden, y uno podría de repente pensarlo y darle una forma e incluso dibujarlo. Tiene forma porque tiene reglas propias, consistencia propia. El orden social en la interacción no es deductible, es solo explicable por sí misma, es decir, en la interacción misma en la vida cotidiana misma. Vida cotidiana como la más común de todas las vidas, como aquella vida colmada de rutinas, de repeticiones, de una moral, de costumbres, de leyes morales cotidianas de las cuales no podemos deshacer; es muy difícil deshacerse.

Entonces, lo que a Goffman le interesa es la fuerza de este orden, buscar cuál es la fuerza que tiene, porque está anclada en la experiencia común de cada uno, y en el modo en que cada uno se mueve, saluda, llega, reflexiona incluso, y sobre todo en el modo en que usa su cuerpo, como puede saludar: “¿Cómo está?, bien, que malo el tiempo, sí que malo”. Uno ya adivina la frase que viene, pero para poder yo subsistir en ese momento y existir, lo que hago es mantener ese orden, sin transgredirlo nunca. Por eso lo que importa en la interacción es buscar lo que pasa allí, sin buscar explicaciones, sino ver lo que pasa ahí en ese momento, en el lugar mismo.

Y por ejemplo, pensar en el concepto de cara, qué imagen de si. Armada según los atributos sociales que tenemos para armar esta cara. Identidad que cada uno reivindica en una situación específica para comportarse como los demás esperan y no de otro modo. Bueno, Goffman trabajó las salas de espera, por ejemplo de un médico y donde todos cumplen un rol y todo funciona súper bien. Tal como lo explica el “Internados”, saben que es un trabajo sobre un hospital psiquiátrico donde Goffman se auto internó durante tres años como paciente para estudiar las interacciones que habían entre los distintos actores que estaban ahí. Revela que el loco tiene un comportamiento que se llama agramatical y que ustedes saben cómo es la gramática, es súper ordenada. Entonces siempre la sociedad espera que el loco actúe como la sociedad quiere que actúe, pero si está loco, no puede. Y es agramatical porque nunca responde como quieren que responda. Es decir, introduce cada vez, una y otra vez, un malestar en la interacción. Un estigma por ejemplo, donde el tartamudo provoca un malestar mayor que una persona que llega a una reunión en silla de ruedas. O sea, todos queremos que se vaya, le terminamos la frase, nos incomoda, no lo soportamos. Alguien en silla de ruedas es más soportable. Según Goffman es una interacción entre los normales. La cara, además, es la parte del cuerpo que valoriza a la persona. Sabemos que es la parte noble, de la parte noble, de la parte oculta a la parte mala, a la parte pecaminosa. De la cintura para abajo. Y además es la parte de la administración, junto con la huella digital y el carnet de identidad. Es además la seguridad cuando nos preguntan mirando el carnet, de que nosotros nos parezcamos a la foto. Es lo que nos da la identidad administrativa, por lo tanto lo publicamos. Similar a lo que señala Durkheim en “Las formas elementales de la vida religiosa”, libro que recomiendo, donde el individuo tiene el valor sagrado que le da la sociedad al formar parte de ella. Sacralizamos al individuo, nos hace personas respetables, objetos de un culto discreto basado en creencias y representaciones colectivas que actúan en los individuos hasta transformarlos.

Según Goffman, estamos parados en una frágil línea entre la sinceridad y el cinismo. Es decir, “soy cínico pero no completamente. Y sincero tampoco completamente”. Según Goffman hay que intentar superar esta línea que no es más que un reparto social ya que no hay, dice él,  un yo profundo y auténtico detrás de las distintas puestas en juego de la vida cotidiana, sino más bien una competencia social específica que permite construir la identidad y compartir las expectativas que tienen los demás respecto a mí. Entonces la realidad en la vida cotidiana es la realidad por excelencia que articula el aquí y el ahora de una realidad normal donde nunca se interrumpe una rutina. Mientras no hay interrupción de la rutina, efectivamente no hay problema.

Esto lo veo porque estoy trabajando con inmigrantes, y actualmente con inmigrantes negros en Santiago. Negros entre comillas, donde hay pura interrupción. Ya sea porque se exacerba este deseo de erotismo al que se ven expuestos, al mismo tiempo que los odian. Ya sea porque lo quieren matar. Porque el Estado-Nación supone sin indios, sin negros, desarrollo blanco. Pura interrupción de la rutina. Ojalá que hayan muchos más, para que luego se interrumpan menos, pero es un problema. Solo hay una realidad problemática cuando hay un quiebre producido por la llegada y la presencia de un extraño. Digo extraño entre comillas para que pensemos extraño como de un lugar del extranjero. Puede ser un extraño o extranjero de adentro o de afuera. Este extraño nos obliga a nosotros a plantearnos las preguntas necesarias que nos conduzcan al conocimiento de si. Es gracias a este otro que yo me identifico y yo existo. Cómo me veo, me veo como chilena o como chileno, con una mano en el pecho, en la canción nacional, con el fútbol, pero bueno, podríamos seguir con toda la parafernalia. La Virgen del Carmen, La Tirana y lo que ustedes quieran.

Si la realidad normal no es intervenida por algo, por un cuerpo distinto que marca la diferencia en la escena cotidiana lo que antes ocurría ya no ocurre anda más. El cuerpo en este caso agencia la mediación con el mundo y se presenta a la vida por un individuo que busca el cara a cara con el otro. Pero un cara a cara que funcione, que me haga ser un yo contento del cara a cara que estoy haciendo. Por lo tanto, el cuerpo es el lugar de la aprehensión del otro, pero también un elemento que provoca mucha angustia cuando se advierte la diferencia. La vejez, el cambio, el desarme de las partes del cuerpo, las arrugas, las canas, la guata, los brazos. Frente a eso es interesante ver que un cuerpo igual al otro y al otro hace que sean puros cuerpos iguales. Como cuenta Luis Bretton, en una historia muy divertida: saliendo de un encuentro entre médicos cirujanos del cuerpo, uno de los médicos sale con su señora y cuando camina se da cuenta de que no es ella porque era igual que todas las demás, exactamente igual que las demás.

La vida cotidiana es el espacio donde el sujeto se apropia de su propia naturaleza, la zona donde se produce una vida no dominada por las dinámicas capitalistas con el sector dominado según Lefebvre. Y me cambié de autor, un autor que habla críticamente sobre la vida cotidiana que es el marxismo marciano y que finalmente lo plantea como el lugar de la profunda represión, por eso lo analiza. Lefebvre analiza críticamente el conjunto de prácticas repetitivas y alienantes de la vida cotidiana. Sin embargo, allí se generan prácticas inventivas de pequeños grupos que se imponen desafiantemente a la realidad. En esta perspectiva, la cotidianidad es un lugar de encuentro de un proceso de repetición y creación. Y el foco de estudios realizados en el espacio urbano como lugar privilegiado de observación. Es muy interesante entonces escoger un lugar, enfocando el lugar para ver cómo funciona allí esta vida cotidiana. Para Lefebvre, se actúa en el espacio cotidiano como espacio pensado, y aquí cuidado, ya definido antes por planificadores y expertos que nos dicen cómo funcionar en ese lugar. Y no es más que el reflejo del poder de deducción de la sociedad. Es decir, yo soy de tal lado, me tengo que comportar de tal manera.

Otro autor que nos lleva a hablar de esto es De Certeau, para quien las prácticas cotidianas son operaciones diarios, modos de hacer y de usar los productos impuestos por el sistema económico. Las prácticas son procedimientos, esquemas de operaciones, manipulaciones técnicas que constituyen el cotidiano. Tienen carácter fragmentario, insinuado, clandestino y se da por fuera de las instituciones y las ideologías. Es interesante porque esta práctica de lo cotidiano implica que, por ejemplo, un vaso que me sirve para tomar café yo lo uso para otra cosa. Es decir, el teléfono que colocaron en todo un sector de una población muy marginada, toda la gente tenía teléfono y por supuesto al mes nadie más tuvo porque nadie pagó. Pero sin embargo la gente usó el teléfono como objeto de adorno. La apropiación es la distinta, como colocarme papel de diario en los zapatos por si tengo frío. En alguna parte lo aprendí como una práctica de estos lugares intersticiales donde se aprende a contracorriente  de lo que el objeto tenía como objetivo cuando era objeto para ser leído, como el diario por ejemplo.

Hay un rol activo para De Certeau en los actores que él denomina los más débiles o los dominados en la construcción de la cotidianidad. En su libro “La invención de lo cotidiano” él lo plantea y dice que hay prácticas en torno las cueles los sujetos resisten y responden a los dispositivos disciplinarios. Estas prácticas de los débiles él las denomina tácticas, frente a aquellos que tienen el poder y que lo que tienen son estrategias. Esto pone en cuestión de nuevo ese famoso concepto de estrategias, que tienen los pobres para salir de la pobreza. Y no, porque las estrategias implican proyección a largo plazo, implican mucho tiempo para llevarlas a cabo.

Tácticas y estrategias como una división de las prácticas en que, siguiendo con De Certeau,  pero saliéndome de él, uno puede ir a buscarlo en un famoso libro de Von Clausewitz que se llama “De la guerra”. Quienes juegan ajedrez además leuden saber de qué se trata. Quién gana la partida, quién conoce mejor las reglas del juego, quién sabe de antemano que va a ganar. El principal recurso con el que cuentan los dominados y los débiles es el tiempo y la utilización de las ocasiones. Uno podría hablar de las sucias en la vida cotidiana, de los inventos en la vida cotidiana para colocarlos fuera también de un concepto que se usa mucho y el que yo veo también y que es el concepto de re silencia y no tiene que ver más que con resistencias chiquititas frente al modo en que la vida se da. La táctica, dice, de este sector no tiene más que un gancho del otro. Se insinúa fragmentariamente sin mantenerlo a distancia. No dispone de base para capitalizar la ventaja. Preparar su aceptación y asegurar la independencia sobre las circunstancias. Lo propio es una victoria del lugar sobre el tiempo.

Pensemos en La Legua, yo trato de pensar en eso. Cómo ahí vence el lugar sobre el tiempo, porqué permanece, por qué no se ha podido decapitar completamente. Qué es lo que hace que algo persista ahí. Debido a su no lugar, la táctica depende del tiempo. A las posibilidades de aprovecharlo. Necesita constantemente jugar con los acontecimientos, para hacer de los acontecimientos puras ocasiones.

Bueno, esta es la primera parte en que efectivamente hay un vínculo entre Goffman, De Certeau y Lefebvre que en otro momento podemos desarrollar “teóricamente” a la luz de los hallazgos que ustedes vayan teniendo y que es lo más entretenido.

Y ahora paso a la segunda parte: vida cotidiana y violencia en la vida cotidiana.

La violencia remite al sentir común, a sentimientos brotados de acciones que sentimos como violentas y que buscamos examinar sobre lo que esa violencia sentida nos provoca. Significamos los hechos violentos según el habitus. Pudiendo unos entender por violencia lo que otros no entienden como tal. Cuando la violencia es cotidiana queda prendida a nuestro ser y termina paralizándose como violencia. Es una manera extraña, es una cosa múltiple que irrumpe para estremecer más allá de los hechos. Es un fantasma que atraviesa los corredores de la existencia. Es un fenómeno sin centro, con fronteras difusas que potencia la transformación de nuestra existencia y nos conduce a la transgresión, alejándonos de la deseada unidad de su contención. Según los ritmos de las sociedades, se adhiere a las rutinas de la vida cotidiana para desaparecer en la vida cotidiana y solo salir cuando se enfrenta a la otredad. Lo que decíamos antes. Agitando la realidad común de su modorra para enfrentarla, la violencia cotidiana, podríamos con Bourdieu, buscarlas en la profundidad de las estructuras simbólicas y detenernos en el despliegue de la violencia simbólica que actúa pedagógicamente. Podríamos pensar en la escuela de Frankfurt por ejemplo, para hablar de la pedagogía y el castigo y de cómo nos salpica lo que ocurrió a mediados del siglo XX.

El poder simbólico se cumple en una relación definida que crea la creencia en la legitimidad de las palabras y de las personas que las dicen, pero que solo opera cuando quienes lo viven reconocen a quién lo ejerce. El orden social se adormece cuando triunfa para dejar que la vida siga su ritmo cotidiano y cuando se niega como orden establecido se produce represión. Esto lo dice Herbert Marcuse. Negación que traducía Marcuse en la crítica a una sociedad cerrada, donde todas las dimensiones de la existencia están controladas para la administración de los instintos humanos. Dónde lo dicen, en el hombre bidimensional que algunos creen que es una lectura añeja, los invito a leerlo de nuevo. Ostentación desvergonzada del mal. Qué otra cosa tenemos en Chile, todos los días pura violencia, violencia banalizada y comida, masticada.

En este mismo marco, otra pensadora del siglo XX como Hanna Arendt constataba la crisis de la modernidad que construía su propio fin. Al desencantamiento del mundo y a la racionalización, se agregaba la alienación y la autodestrucción de la razón que Adorno y Horkeimer desarrollaron en la Dialéctica de la Ilustración. Entendiendo que la crítica en la modernidad es la crítica de la razón instrumental de una modernidad efectivamente en crisis. Hanna Arendt definía la autoridad como la potencia que lleva a obedecer una superioridad que se hace respetar sin cohesión, ni persuasión, ni siquiera el uso de la violencia. O sea, autoridad pura, sin argumentación ni justificación de las exigencias; pura obediencia de quienes, incondicionalmente, las reconocen. Dice Arendt “La autoridad se puede mantener mientras la institución o la persona de donde emana sea respetada”. Basta con respetar la institución o la persona para obedecer…cualquier cosa.

Como vemos, pura cotidianidad, solo costumbre. Podríamos decir, una moral de la obediencia.

Vamos a un hecho importante que nos permite dibujar mejor esto. En mayo del año sesenta, Adolf Eichmann secuestrado en Buenos Aires y trasladado a Jerusalén, debía responder por crímenes contrala humanidad y crímenes de guerra durante el régimen nazi. Durante el juicio, cada vez que se le preguntaba por su responsabilidad decía que “había obedecido órdenes”. Hanna Arendt asistió a este proceso, y redactó un informe que provocó muchísima polémica, la trataron muy mal; principalmente por el subtítulo de su informe, se llamaba “Adolf Eichmann: Informe sobre la banalidad del mal”. ¿Qué quiere decir con esto? Banalidad del mal. ¿Puede volverse banal el mal? Si, por supuesto. Respondiendo a ello, a las tremendas críticas que se le hicieron, en otro libro que se llama “La vida del espíritu”. En la introducción explicaba Hanna Arendt: “Todo comenzó cuando asistí al proceso Eichmann en Jerusalén. En mi informe hablo de la banalidad del mal. Esta expresión no recubre ni tesis ni doctrina, aunque yo haya sentido confusamente que ella invertía el pensamiento tradicional literario, teológico, filosófico sobre el fenómeno del mal. El mal se le enseña a los niños, y remite al demonio, se encarna en Satán. Sin embargo, lo que yo tenía ante los ojos era algo totalmente diferente, era un hecho innegable. Lo que me choqueaba en el culpable era una falta tal de profundidad evidente, que no se podía hacer remontar el mal  irrefutable que organizaba sus actos hasta el nivel más profundo de sus raíces y motivos. Los actos eran monstruosos, pero el responsable, al menos el responsable altamente eficaz que ahora se juzgaba,  era alguien completamente ordinario, como todo el mundo; ni demoníaco ni monstruoso”.

Ordinario en el sentido de Wittgenstein, de orden, de nuevo otra vez. En la interacción que se daba entre Eichmann y los jueces que comenzaron a creerle y a pensar que a lo mejor no era tan malo como se decía, con una cola de gente que iba a demostrar, que habían sido, que eran testigos de lo que había hecho. Pero comenzó la duda, ¿no? Este viejito, o este señor buen padre, buen abuelo, no se qué…no podía ser malo. Por lo tanto, el mal estaba banalizado, según Hanna Arendt. “Eichmann era un hombre común, incapaz de juzgar sus propios actos y reflexionar sobre sus consecuencias. Usaba un lenguaje administrativo y respondía por cliché, todos mecanismos eficaces contra palabras de los demás. Parecía un hombre que no poseía la capacidad de pensar”. Era pura doxa ¿no? Yo pienso en estos lenguajes administrativos cuando uno ve en la televisión cómo hablan los jueces, los Carabineros: El sujeto se precipitó sobre  no se quién e hizo tal cosa, ¿no? Y si uno va sumando, porque estos hechos de la televisión hay que estudiarlos además científicamente. Si uno los va viendo y repitiendo ve cómo esa repetición ingresa en la cabeza de la gente y la gente comienza a hablar exactamente igual. Es muy divertido, en ese lenguaje administrativo como desprovisto de sentimientos, de emoción. Una cosa muy rara.

Pero tiempo después, a partir de estos mismos hechos y a lo mejor esto es algo que ustedes conocen, Stanley Milgram demostraba con lo que Arendt había revelado, lo siguiente: La sumisión a la autoridad bastaba para transformar un hombre ordinario y común en un verdugo. Milgram organizó un estudio sobre la memoria, invitando a varios sujetos (esto sobre la memoria y también sobre cómo la gente la perdía) que debían administrar shocks eléctricos a una persona que no respondía correctamente a una serie de preguntas.

Entonces había un laboratorio ahí… está en Youtube así que lo pueden ver.

De los participantes, no dudó ninguno  en aplicar los shocks eléctricos, salvo una mujer que rehusó a hacer el famoso ejercicio; e incluso llegaron a descargas mortales. Los individuos pueden cometer actos violentos sin estar empujados por el odio, solo les basta estar sometidos a una autoridad considerada superior. ¿Quién los mandaba a administrar los shocks eléctricos? Un médico. Y ¿cómo estaba vestido el médico?  Vestido con un vestido médico, con un vestido blanco. Y ¿dónde estaba el médico? En un laboratorio, por lo tanto era una autoridad Entonces estaba al otro lado del espejo un actor y los demás eran reales. Entonces le preguntaban algo y no sabía y les decía “bueno ya, si para eso esta usted, apriete” y el otro gritaba Y de nuevo más fuerte y más fuerte hasta la muerte.

Esta condición de obediencia, según lo que estaos hablando, excluye a la violencia. La violencia solo llega cuando desaparece la autoridad. No es necesario hablar de violencia. El carácter instrumental de la violencia, dice Hanna Arendt, la distingue de la fuerza, de la autoridad y principalmente del poder, que si precisa de la legitimidad para poder funcionar. La violencia  para Arendt por lo tanto, no puede ser legítima porque no depende  ni de la opinión ni del número, sino de los instrumentos de que puede disponer para llevarse a cabo. ¿Hay o no hay violencia legítima? Y cuando las hay ¿Debemos o no reaccionar violentamente contra quienes nos han violentado a nosotros como a los otros? ¿Debemos torturar a los torturadores? ¿Cortarlos en pedacitos, darles muerte?

Son preguntas cotidianas muy interesantes, presentes en conversaciones de calle, sobremesa, reuniones de trabajo, encuentros políticos. Ante las dudas sobre el castigo “justo”, es decir, sobre la legitimidad de la violencia presente ahora en el Estado y en el derecho.

Hay un texto muy interesante, “Crítica de la violencia”, que parece despejar el panorama. La violencia se sitúa en el plano de las relaciones morales, de cualquier manera “que una causa actúe, solo deviene violencia en el sentido fuerte del término a partir del momento que toca las relaciones morales”. Antes no, antes no es violenta. En una guerra entonces no, descuartizamos, cortamos cabeza y bueno por eso es que estábamos en guerra y teníamos un enemigo. El problema está  cuando el enemigo dice que son puras víctimas y que nadie luchaba; entonces hay un lío ahí, porque estábamos en guerra realmente. Entonces ¿qué pasa con el castigo justo? Y cómo se banaliza, a propósito siempre de lo mismo en esta vida cotidiana.

Entonces, el sentido de distinguir violencia legítima e ilegítima es algo poco claro par aun autor como Walter Benjamin. La huelga por ejemplo, no tendría que llamarse violencia porque es un derecho; y la suspensión de una actividad  o de un servicio es un medio desprovisto de violencia. El elemento violencia interviene cuando la actividad se suspende. Y ¿para quién es violento entonces cuando hay paro? Para los dueños de los medios de producción. La violencia deviene conductas sobre el ejercicio de un derecho que cuando es conducta activa merece llamarse violencia. Si bien utiliza el derecho que se le ha concedido para distribuir el orden que funda dicha concesión.

Benjamin aprehende el concepto de violencia en todas sus dimensiones para trabajarlas y muestra que el derecho la necesita para fundar y conservar su autoridad. Y hace otras distinciones: violencia mítica y violencia divina, dice. La violencia mítica es la manifestación que funda el derecho y la divina es la violencia totalmente pura, porque es divina. Entre violencia divina y violencia revolucionaria. Considerando la última, Benjamin, como humana y por lo tanto completamente legítima.

Una de estas violencias es la denominada violencia urbana, protagonizada por personas de sectores estigmatizados contra las cuales el Estado y los medios despliegan instrumentos que hacen que hacen a sus actos de violencia cada vez más reales. Programas policiales de televisión en vivo, que los exponen constantemente después que el Estado ya les declaró la guerra. Guerra contra la delincuencia, guerra contra los narcotraficantes, guerra contra el terrorismo, guerra contra no se qué.

Bueno, además el personaje va cambiando, estéticamente va cambiando, lo van vistiendo distinto. Hoy día, en un momento… y pienso en este chico que estalló con la bomba. Entonces tienen bicicleta, se visten de negro, usan pitillos, tienen cierto peinado, escucha cierta música, se junta con cierta gente, es okupa y e gusta el rock y no se qué. Pero va cambiando, son como muñequitos que se van colocando en distintos lados para que puedan actuar en los medios para hacernos pensar en que ese personaje, multiplicado por varios, estéticamente distinto, es el peligro.

¿Qué pasa con esto?  El Estado declara primero la guerra, y después esto se arma en los medios de comunicación. Los medios siempre vienen después de lo que declara el Estado, no antes. Uno suele engancharse con los medios, pero los medios responden a lo que el Estado quiere que hagan. Se construye un sentimiento de inseguridad, eso es lo que hace, proveniente de la racionalidad política y económica sobre todo, cuyo resultado es el impacto emocional que impacta a la población sobre hechos que siempre han ocurrido y que a mediatización presenta siempre como nuevos.

Hay que ir a buscar los datos, aunque a uno de repente no le gusten mucho las estadísticas, pero la primera causa de muerte en Chile no es esa, son los accidentes, el tránsito. ¿Cuántos murieron este fin de semana? Ese es el peligro más grande, salir en auto un fin de semana largo, porque otro me va a matar sin que yo me de cuenta. Sin embargo, esto aparece sobre todo en los momentos de elecciones y ahora lo vamos a ver, como el peligro de ciertos lugares. La opinión manipulada requiere recortar la realidad de lo real, deformándola, y de esos recortes periodistas o analistas, y podríamos agregar psicólogos, sociólogos, especialistas, que  eligen una significación y la trabajan. Deformación caricatural que presenta una sola versión de los hechos, que termina en reportajes donde se entrevista a cualquiera que se preste al juego.

En torno a hechos acumulados en la idea y la noción de violencia urbana se justifica el sentimiento de inseguridad que sostiene las decisiones políticas, generalmente durante las elecciones, poniendo la inseguridad y la delincuencia como objetivos fundamentales de sus programas. Luego se construyen potentes discursos que los medios exponen, socializando el temor y difundiéndolo en toda la sociedad. El miedo penetra en la vida, y las personas temen cada vez más a la posibilidad de convertirse en víctimas. ¿Quiénes son los enemigos? Pobres, castigados, perseguidos, encarcelados, para que funcionen estas políticas de seguridad. Entonces las distintas violencias que afectan la vida de la gente quedan en un segundo plano, favoreciéndose el discurso represivo contra la violencia urbana, es decir, contra una sociabilidad considerada violenta.

Los pobres deben resistir al despliegue de un Estado penal que criminaliza las consecuencias de su miseria, esto es Loui Vacome, operando de dos maneras: sea transformando los servicios sociales en sistemas de vigilancia, que en Chile se traducen en políticas públicas humillantes como lo que yo llamo todo  lo básico, viviendas básicas, canastas básicas, escuelas básicas, pensiones mínimas, todo en chiquitito. Y las ayudas, todo el fenómeno de la ayuda, familias que deben exponer incesantemente su situación para ser ayudados, demostrando con una cantidad impresionante de papeles que realmente son pobres. Llenos de informes de los trabajadores sociales que muestren una y otra vez que merecen una porquería de vivienda. Sea con el encierro, los pobres buenos tienen toda esta parte, la vivienda, no se qué; y los malos se van a la cárcel, los más hábiles o vivos no. Entonces, esto devela la lógica de una política materializada en figuras específicas que deben ser buscadas, evaluadas y detenidas. Aquí cito a la Jacolente Pevaci que hizo su tesis sobre los 81 muertes y asesinados en la cárcel de San Miguel.

El origen del peligro se inmuniza y se controla, pues la prioridad es el orden, el orden político pero también el orden de la interacción; o sea todos conversamos sobre lo mismo…-¡uy!, vio lo que pasó –si, que terrible, -usted se dio cuenta de cómo estamos, estamos pésimo. Esas conversaciones deben ser grabadas y estudiadas porque ahí está el sentido común. Y es muy funcional, y la puerta giratoria, y funciona pero eso no solamente está en la persona común de la calle, si no en los que están en la televisión y en el mundo de la política.

Entonces, violencia y vida cotidiana están muy relacionadas.

La violencia está presente en la historia de las sociedades, en la vida de las personas, en el sentido más común de la política que lidera el estado de derecho que la ha legitimado y difundido hasta volverla plural para que reine en los bancos mundiales, en los organismos internacionales, los espectáculos brillantes de personajes de pacotilla que aparecen y desaparecen al ritmo de la banalidad y la hipocresía de los gobernantes. En programas entregados simultáneamente sobre las miserias de las poblaciones, en las respuestas ambiguas de representantes de poca monta que sueñan con escalar  algún lugar del poder.

Agrego a esto que en este campo de las violencias urbanas hay un lugar muy interesante a conocer que está en Concón y que es la escuela antiguerrilla, que está mandada por norteamericanos legalmente y que son los que salen a reprimir cuando hay manifestaciones en la calle y cuando la cosa se vuelve más peligrosa en las poblaciones. Tienen un entrenamiento particular en la famosa escuelita de Concón, de la que se habla re poco. Por lo tanto, no solamente es un pensamiento, es un modo de decir las cosas, es una práctica, un dispositivo de poder que actúa impunemente y legalmente en Chile, por lo tanto todo lo que allí ocurra es absolutamente legal.

Quise hacer este lazo entre la interacción, y el orden de la interacción de la vida cotidiana con la construcción del orden en torno a la violencia cotidiana y a la violencia que podríamos llamar la violencia política, pero en un sentido específico que yo pienso que puede ser, de cierto modo y desde algunos autores y trabajos bien interesantes, colocado en los lugares en los que ustedes están trabajando. Donde estamos trabajando y que yo he estado pero ausente.”